martes, enero 3

Salud, Enfermedad y Budismo


La salud es una aspiración universal de los seres humanos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como un estado de completo bienestar físico, mental, emocional y social; y no solamente la ausencia de enfermedad. La salud es un factor muy precioso y que está por encima de todo. Existen áreas claves que conforman aquello que conocemos como “bienestar” que comprenden elementos de carácter físico, emocional, intelectual, ambiental, social y espiritual. Cuando todos estos elementos están satisfechos podemos considerar que contamos con bienestar y por ende, que somos sanos.
La enfermedad abarca una serie de procesos. Un proceso de índole biológico, es decir hay una parte del cuerpo que se degrada, por ejemplo en la diabetes deja de funcionar el páncreas, que es el que produce la insulina. Abarca también un proceso de tipo psicológico, que involucra el dolor físico, pero también abarca un aspecto emocional del dolor, que es el sufrimiento (¿Cómo me siento por estar enfermo o por no tener la salud que tenía antes?). La enfermedad además involucra un proceso de índole social, ¿Cómo yo percibo mi función, ahora que no puedo hacer esta o aquella actividad debido a mi enfermedad?, o ¿cómo yo percibo mi grado de incapacidad, de no poder desarrollarme en diferentes áreas, debido a una condición de enfermo? Y, finalmente comprende un proceso espiritual, cuantos de nosotros, frente a la enfermedad, nos ponemos a pensar ¿si esta enfermedad no mejora? ¿Si empeoro tanto, que sea tan grave esta enfermedad que me cause la muerte? ¿Qué va a pasar conmigo? ¿Qué va a suceder con mí ser? Estas son cuestiones de índole espiritual, que si bien, la medicina no las puede responder, si las responde el budismo.
La medicina y es budismo tienen puntos en común. La medicina trata de librar al ser humano de un sufrimiento, principalmente aquel debido a la enfermedad.  El budismo trata de liberar al ser humano de los cuatro sufrimientos que va a atravesar a lo largo de su vida; nacimiento, vejez, enfermedad y muerte. Dentro de esa óptica, el budismo influye en la condición de vida del ser humano para que la relación que existe entre su mente y el proceso de su enfermedad, o entre su mente y la situación de salud sea la más favorable para el individuo, y así entonces se potencie la aparición de bienestar-salud más que de enfermedad.
En el budismo se trata de desarrollar, potenciar, o favorecer que nosotros seamos personas muchos más sabias, es decir, que elevemos nuestra condición de vida. Pero, ¿qué puedo hacer yo para que elevar mi condición de vida, para estar al ritmo del universo? ¿Cómo puedo despertar los poderes naturales de curación que existen dentro de mí mismo? Mediante la práctica de la Ley Mística.  Más aun, el budismo ayuda a la medicina, en el sentido de que favorece y potencia la eficacia de los tratamientos. Nos ayuda a luchar contra la enfermedad por medio de nuestros poderes naturales de curación, ya que podemos tener una condición que nos aflige mentalmente y que nos incapacita físicamente, pero si no hacemos absolutamente nada para cambiarla, nos volvemos esclavos de nuestra mente y de las dudas que tenemos. El budismo nos ofrece sabiduría para usar la medicina adecuadamente.
Nichiren Daishonin señala:"...viviendo aunque sea un día más será capaz de acumular gran buena fortuna.  ¡Que precioso y valioso es poseer la vida!"  El Daishonin habla de acumular un solo día más de vida ya que el motivo más grande de felicidad de un practicante del budismo es entonar daimoku, entonces imaginemos cuánto más daimoku podremos entonar en este día de vida que le hemos ganado a la enfermedad; mejor aún, ¿a cuántos les puedo hablar del budismo de Nichiren Daishonin? Es por eso el Daishonin alentaba a sus seguidores a luchar por un día más de vida, por un día más de “práctica para uno y práctica para los demás”.
A diferencia de la Medicina, en el budismo la enfermedad no abarca solamente esta existencia actual terrenal, sino las tres existencias del pasado, el presente y futuro. Comprende aspectos como: ¿Qué causas hicimos en nuestro pasado, que se está manifestando en nuestro presente en este “karma de enfermedad”, qué estamos haciendo hoy para mantener y mejorar mi condición de vida actual, y para el futuro?
El presidente de la SGI, Dr. Daisaku Ikeda alienta a todos los miembros budistas que padecen de alguna enfermedad así: “La vida humana es realmente maravillosa. Usted puede estar enfermo físicamente, pero siempre y cuando su estado mental es fuerte, sin duda ejercerá una influencia positiva sobre su cuerpo. Tal vez no haya mejor remedio que la esperanza”. Pues la esperanza nos hace tener determinación, nos vuelve proactivos ante situaciones que otras personas considerarían imposibles de enfrentar, y nos mantiene en calma antes las peores tempestades. Debido a esto es que en el budismo, vencer la enfermedad, es una cuestión de luchar continuamente contra aquella obscuridad fundamental que reside en nuestro interior y que nos lleva al sufrimiento.  Es por ello que el presidente Ikeda nos orienta al indicar que “La buena salud es reunir una actitud fuerte para que luchen activamente contra las amenazas maliciosas para nuestro bienestar”.


Bibliografía
 
-Develando los misterios de la vida y la muerte, sabiduría budista para la vida, Daisaku Ikeda, Emecé Editores, 2006.
-Sabiduría en la Salud: Diálogo sobre la salud entre los Drs. Hiroyuki Toyofuku, Shihei Morita y el presidente de la SGI Daisaku Ikeda.
-On Being Human: Where Ethics, Medicine and Spirituality Converge by Daisaku Ikeda, Rene Simard and Guy Bourgeault (1 Sep 2003)
-Courage (Buddhism for You) por Daisaku Ikeda (30 Mar 2007).
-Los Escritos de Nichiren Daishonin, Editorial Herder, 2008.
-El Buda en tu Espejo: Budismo Práctico en la Búsqueda del Ser. Woody Hochswender. Middleway Press, 2002

sábado, diciembre 17

Sanando mi árbol genealógico


En la Terapia Transgeneracional y el trabajo con el Árbol Genealógico se habla de que existe un Inconsciente Familiar de problemas pendientes de resolver, que nos hace repetir situaciones o comportamientos de nuestros Ancestros. Hasta que no seamos realmente conscientes de ello, no seremos totalmente libres de nuestro destino. 
 
Son lealtades inconscientes que nos hacen repetir situaciones no resueltas de nuestros Ancestros. Los Árboles Genealógicos nos revelan repeticiones de acontecimientos o comportamientos en varias generaciones. Repetir los hechos es una manera de honrar y serles leales. Esta transmisión de información se dice que se transmite durante el desarrollo del útero en el embarazo y los 3 primeros años de vida. 

Para poder liberarnos del Inconsciente Familiar, tenemos que restablecer cualquier desequilibrio dentro de nuestro Sistema Familiar. Una de las causas sería que los difuntos de la Familia no pudieron liberarse de sus traumas antes de fallecer y eso hace que se transmiten de inconsciente a inconsciente. Los Fallos de nuestros abuelos o padres se pueden ir transmitiendo en la 3a o 4a generación siguiente. 

Si nos cuesta encontrar información sobre los sucesos familiares: los desequilibrios se pueden descubrir en las repeticiones de pautas de comportamiento o cuando se repiten los mismos sucesos (adicciones, adulterios, accidentes, suicidios, abortos, enfermedades…) entre los integrantes de una familia. El inconsciente lo tiene pendiente de sanar y lo hará salir de nuevo a la luz.

Para evitar la repetición se tiene que ser consciente de ello, reconocer el dolor del Ancestro, hacer un duelo, por ejemplo con la psicomagia (escribiendo una carta hablando sobre el suceso y después quemar la carta) para liberar la lealtad familiar. Cuando vamos tomando consciencia de un problema familiar y lo transformamos, automáticamente todo nuestro Árbol se va liberado y sanando. Cuando más conciencia tengamos, podemos ir Iluminando todo nuestro Árbol Genealógico hasta elevar a cada uno de los familiares a su máxima Perfección Divina. Automáticamente el inconsciente familiar se va resolviendo, liberamos a los Ancestros, liberamos a nuestros Descendientes y nos liberamos a nosotros mismos. 

Vengo practicando desde hace 7 años la técnica que a continuación les comentaré con los más excelentes resultados y con mucho amor lo compartiré y es la repeticion de un Mantra,  no es cualquier Mantra. Es la Ley Mística del Universo 《Nam-Myoho-Renge-Kio》Repite lo tantas veces como sea posible y verás la transformación de tu vida. Puedes empezar recitandolo 9 veces al día e ir incrementando hasta ver los resultados.

Hasta la próxima sonrisa😄
🙏Nam-Myoho-Renge-Kio 🙌 

martes, septiembre 6

Los armónicos y los sonidos curativos

La voz es el instrumento musical más completo, accesible y antiguo que existe, muy poderoso a nivel terapéutico e íntimo, puesto que comunica nuestro mundo interior con el exterior. También sirve de vínculo entre el cuerpo y la mente, entre el mundo material y espiritual. Es el instrumento más sencillo para canalizar y focalizar la intención, al parecer, es el más potente creador de frecuencias sonoras vinculadas a intenciones determinadas. Así ¡el sonido puede ser empleado para curar y transformar!
Todo en el universo se encuentra en un estado de vibración, siendo el sonido una energía en forma de ondas vibratorias. El término resonancia se refiere a la frecuencia (número de vibraciones de un sonido por segundo) en la que un determinado objeto vibra en su estado natural. De ese modo, todo posee una frecuencia resonante. Por extensión, cada uno de los órganos, huesos y tejidos del cuerpo incorpora su propia frecuencia resonante.
Por lo tanto, un órgano sano crea una frecuencia resonante natural que armoniza con el resto del cuerpo; por el contrario, cuando irrumpe la enfermedad, se establece un patrón de sonido diferente en la parte del cuerpo que no vibra en armonía. A través del principio de resonancia, el sonido puede ser utilizado para cambiar las frecuencias no armónicas del cuerpo a fin de convertirlas en vibraciones sanas y normales. Algunas vibraciones tienen la capacidad de influir en otras, modificando su frecuencia natural e igualándola a la del elemento estimulante, de tal manera que ambas vibraciones lleguen a sincronizar sus ritmos e incluso a cambiar el ritmo cardíaco, el respiratorio y el de las ondas cerebrales.
Los armónicos o sobretonos, fueron descubiertos en Occidente hace unos 2.600 años por Pitágoras, quien además de ser un filósofo y matemático griego fue un maestro de la música. Éstos se encuentran en cada sonido. Casi todos los tonos producidos por nuestra voz, instrumentos musicales u otras fuentes de sonido, son mezclas de frecuencias de tonos puros tonos parciales. La más grave de estas frecuencias recibe el nombre de fundamental. Los tonos parciales cuyas frecuencias son superiores a los de la frecuencia fundamental son conocidos como armónicos o sobretonos. Éstos son los responsables de la formación de los sonidos individuales que oímos y de nuestras cualidades en el habla y el canto. Por ello, si escucháramos una voz sin armónicos, sería imposible diferenciarla de otra.
Además, los armónicos están matemáticamente relacionados entre sí, siendo infinita la serie de armónicos, ya que cada uno es un múltiplo geométrico de la frecuencia fundamental, que vibra cada vez más rápido y más alto (cuanto más rápidamente vibre más agudo será el armónico). Este dato es de especial interés, en muchas culturas, sobre todo orientales, en las que la línea divisoria entre la ciencia y la música es casi inexistente, y en las que se comprende perfectamente la interrelación entre la música y la sanación, basada en la vibración entendida como fuerza creativa básica del universo.
El propio Pitágoras, padre de la geometría, tras establecer la relación entre los intervalos musicales a partir del monocordio (instrumento compuesto por una única cuerda tensada sobre una caja de resonancia de madera) afirmó que a través del estudio de una cuerda que vibra sería posible comprender los aspectos microcósmicos de la vibración sónica extrapolables a las leyes macrocósmicas del universo.
El canto de armónicos como técnica y forma artística musical cultural o espiritual, se desarrolló en el Sur de Siberia, Mongolia, Asia central, el Tíbet, Sudáfrica y, en menor medida, Cerdeña.
Así pues, se trata de una técnica ancestral que se caracteriza por usar el cuerpo humano como caja de resonancia y filtro para transmitir el sonido, al tiempo que permite producir dos o más sonidos simultáneamente con la voz. El resultado que podemos oír es una nota grave acompañada de una o más notas aflautadas.
El canto hoomi o canto de garganta, tradición originaria de la región de Tuva, en Mongolia, está considerado como el canto de armónicos más sofisticado, que recuerda el sonido del arpa judía (un importante instrumento chamánico de aquellas regiones) y conserva una conexión directa con la naturaleza. Los mongoles conocen seis técnicas de canto difónico, que varían en función del resonador del cuerpo humano que se potencia. Así existe el joomei nasal, el faríngeo, el torácico, el abdominal, el tipo xarkiraa (narrativo con una frecuencia fundamental muy grave) y la exótica voz de flauta dental del isgerex.
El canto tibetano también destaca por su uso de los armónicos. Sin embargo, a diferencia de los mongoles, éstos incorporan texto sagrado en forma de mantras fundamentales. Los cantantes visualizan a las deidades mientras crean sus mandalas. Esta combinación de vocalización y visualización permite que los monjes se conviertan en la representación de las energías que están invocando. Los mantras se basan en los sonidos-semilla o raíz, que están llenos de potencia. Las claves para cantar los mantras son: la vibración del sonido, la pronunciación rítmica, el propósito, la entonación, el color, el centro y el símbolo.
Liu Zi Jue o Los seis sonidos curativos, es una forma de qigong en la que, además de los movimientos que favorecen la armonización de los órganos, se realizan fonaciones que contribuyen al equilibrio de las energías implicadas. El secreto curativo de los seis sonidos se encuentra en las frecuencias de onda de las sílabas Xu, He, Hu, Si, Chui y Xi, las cuales, crean una resonancia capaz de equilibrar la energía vital de cada órgano interno y de cada esfera funcional física, emocional y mental. El Dr. Sun Si Miao, prestigioso médico y alquimista chino del siglo V, tras realizar un estudio exhaustivo de toda la sabiduría popular y de las técnicas chamánicas del norte de China, elaboró esta conocida forma de qigong chino, en la que participan la coordinación del movimiento y de los patrones de respiración con sonidos específicos. En realidad, se trata de una práctica de meditación corporal dinámica, donde la intención y el gesto cobran mucha importancia, sin olvidar la conciencia del color correspondiente a cada órgano según la Medicina Tradicional China.
Tanto si la finalidad de practicar Liu Zi Jue es sanadora como si es de transformación, la intención de la persona que emite el sonido es tan importante como la frecuencia que proyecta. Al dirigir el sonido óptimo hacia nosotros mismos, podremos regresar a una vibración natural y sana. De hecho, el instrumento de la voz puede hacer vibrar y resonar cada célula del cuerpo, tomando consciencia de los puntos corporales en los que la energía se encuentra estancada. Mediante la intención, sonido y vibración cobran su verdadero poder, puesto que ésta constituye la energía que impulsa al sonido creado, así como la consciencia que tenemos al producir un sonido.
Del mismo modo, la visualización correspondiente a un valor numérico, símbolo y color, así como la pronunciación rítmica son factores importantes en el canto de mantras. En contrapartida, en la práctica Liu Zi Jue se añade otra premisa: el gesto, puesto que es un tipo de qigong más dinámico que combina canto y movimiento.
Para el canto de armónicos y la práctica Liu Zi Jue la respiración es fundamental. En este proceso respiratorio, se requiere un dominio de la respiración abdominal, una relajación del diafragma y una apertura de los espacios internos relacionados con la fonación. Cuando creamos sonidos prolongados, respiramos más lentamente y reducimos nuestro ritmo cardíaco y ondas cerebrales. Por eso, la actividad de crear sonidos armónicos se convierte, en sí misma, en una forma de meditación. En Liu Zi Jue, a diferencia de los armónicos, el hecho de coordinar los movimientos con patrones de respiración y sonidos específicos, lo convierte en una técnica de meditación dinámica corporal.
Aparte del movimiento propio en Liu Zi Jue, para la práctica del canto de armónicos, es de vital importancia una higiene postural, como por ejemplo, mantener la espalda enderezada para alcanzar un fluir óptimo de la energía.
La práctica de ambas técnicas tiene innumerables beneficios tanto a nivel curativo, meditativo y espiritual. Podemos obtener una meditación profunda, sentirnos inmersos en un sentimiento de ligereza y bienestar, lograr estados de paz, armonía, sentirnos en comunión con lo que nos rodea, aumentar la intuición, saber quiénes somos, conectar con nuestra parte divina y explorar otros niveles de consciencia, aumentar nuestra atención, disminuir el estrés y la ansiedad, potenciar la creatividad, obtener un equilibrio emocional y, en definitiva, encontrar algunas respuestas útiles para la transformación personal.

viernes, septiembre 2

El Budismo



Una conferencia de Jorge Luis Borges

El tema de hoy será el budismo. No entraré en esa larga historia que empezó hace dos mil quinientos años en Benares, cuando un príncipe de Nepal - Siddharta o Gautama -, que había llegado a ser el Buddha, hizo girar la rueda de la ley, proclamó las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero. Hablaré de lo esencial de esa religión, la más difundida del mundo. Los elementos del budismo se han conservado desde el siglo v antes de Cristo: es decir, desde la época de Heráclito, de Pitágoras, de Zenón, hasta nuestro tiempo, cuando el doctor Suzuki la expone en el Japón. Los elementos son los mismos. La religión ahora está incrustada de mitología, de astronomía, de extrañas creencias, de magia, pero ya que el tema es complejo, me limitaré a lo que tienen en común las diversas sectas. Éstas pueden corresponder al Hinayana o el pequeño vehículo. Consideremos ante todo la longevidad del budismo.
Esa longevidad puede explicarse por razones históricas, pero tales razones son fortuitas o, mejor dicho, son discutibles, falibles. Creo que hay dos causas fundamentales. La primera es la tolerancia del budismo. Esa extraña tolerancia no corresponde, como en el caso de otras religiones, a distintas épocas: el budismo siempre fue tolerante.
No ha recurrido nunca al hierro o al fuego, nunca ha pensado que el hierro o el fuego fueran persuasivos. Cuando Asoka, emperador de la India, se hizo budista, no trató de imponer a nadie su nueva religión. Un buen budista puede ser luterano, o metodista, o presbiteriano, o calvinista, o sintoísta, o taoísta, o católico, puede ser prosélito del Islam o de la religión judía, con toda libertad. En cambio, no le está permitido a un cristiano, a un judío, a un musulmán, ser budista.
La tolerancia del budismo no es una debilidad, sino que pertenece a su índole misma. El budismo fue, ante todo, lo que podemos llamar un yoga. ¿Qué es la palabra yoga? Es la misma palabra que usamos cuando decimos yugo y que tiene su origen en el latín yugu.
Un yugo, una disciplina que el hombre se impone. Luego, si comprendemos lo que el Buddha predicó en aquel primer sermón del Parque de las Gacelas de Benares hace dos mil quinientos años, habremos comprendido el budismo. Salvo que no se trata de comprender, se trata de sentido de un modo hondo, de sentido en cuerpo y alma; salvo, también, que el budismo no admite la realidad del cuerpo ni del alma. Trataré de exponerlo.
Además, hay otra razón. El budismo exige mucho de nuestra fe. Es natural, ya que toda religión es un acto de fe. Así como la patria es un acto de fe. ¿Qué es, me he preguntado muchas veces, ser argentino? Ser argentino es sentir que somos argentinos. ¿Qué es ser budista?
Ser budista, es, no comprender, porque eso puede cumplirse en pocos minutos, sentir las cuatro nobles verdades y el óctuple camino.
No entraremos en los vericuetos del óctuple camino, pues esa cifra obedece al hábito hindú de dividir y subdividir, pero si en las cuatro nobles verdades.
Hay, además, la leyenda del Buddha. Podemos descreer de esa leyenda. Tengo un amigo japonés, budista zen, con el cual he mantenido largas y amistosas discusiones. Yo le decía que creía en la verdad histórica del Buddha. Creía, y creo, que hace dos mil quinientos años hubo un príncipe del Nepal llamado Siddharta o Gautama que llegó a ser el Buddha, es decir, el Despierto, el Lúcido -a diferencia de nosotros que estamos dormidos o que estamos soñando ese largo sueño que es la vida -. Recuerdo una frase de Joyce: "La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme." Pues bien, Siddharta, a la edad de treinta años, llegó a despertarse y a ser el Buddha.
Con aquel amigo que era budista (yo no estoy seguro de ser cristiano y estoy seguro de no ser budista) yo discutía y le decía: "¿Por qué no creer en el príncipe Siddharta, que nació en Kapilovastu quinientos años antes de la era cristiana?" Él me respondía: "Porque no tiene ninguna importancia; lo importante es creer en la Doctrina". Agregó, creo que con más ingenio que verdad, que creer en la existencia histórica del Buddha o interesarse en ella seria algo así como confundir el estudio de las matemáticas con la biografía de Pitágoras o Newton. Uno de los temas de meditación que tienen los monjes en los monasterios de la China y el Japón, es dudar de la existencia del Buddha. Es una de las dudas que deben imponerse para llegar a la verdad.
Las otras religiones exigen mucho de nuestra credulidad. Si somos cristianos, debemos creer que una de las tres personas de la Divinidad condescendió a ser hombre y fue crucificado en Judea. Si somos musulmanes tenemos que creer que no hay otro dios que Dios y que Muhammad es su apóstol. Podemos ser buenos budistas y negar que el Buddha existió o, mejor dicho, podemos pensar, debemos pensar que no es importante nuestra creencia en lo histórico: lo importante es creer en la Doctrina. Sin embargo, la leyenda del Buddha es tan hermosa que no podemos dejar de referirla.
Los franceses se han dedicado con especial atención al estudio dé la leyenda del Buddha. Su argumento es éste: la biografía del Buddha es lo que le ocurrió a un solo hombre en un breve periodo de tiempo. Puede haber sido de este modo o de tal otro. En cambio, la leyenda del Buddha ha iluminado y sigue iluminando a millones de hombres. La leyenda es la que ha inspirado tantas hermosas pinturas esculturas y poemas. El budismo, además de ser una religión, es una mitología, una cosmología, un sistema metafísico, o, mejor dicho, una serie de sistemas metafísicos, que no se entienden y que discuten entre sí.
La leyenda del Buddha es iluminativa y su creencia no se impone.
En el Japón se insiste en la no historicidad del Buddha. Pero sí en la Doctrina. La leyenda empieza en el cielo. En el cielo hay alguien que durante siglos y siglos, podemos decir literalmente, durante un número infinito de siglos, ha ido perfeccionándose hasta comprender que en la próxima encarnación será el Buddha.
Elige el continente en que ha de nacer. Según la cosmogonía budista el mundo está dividido en cuatro continentes triangulares yen el centro hay una montaña de oro: el monte Meru. Nacerá en el que corresponde a la India. Elige el siglo en que nacerá; elige la casta, elige la madre. Ahora, la parte terrenal de la leyenda. Hay una reina, Maya. Maya significa ilusión. La reina tiene un sueño que corre el albur de parecernos extravagante pero no lo es para los hindúes.
Casada con el rey Suddhodana, soñó que un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en las montañas del oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor. Se despierta; el rey convoca a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz un hijo que podrá ser el emperador del mundo o que podrá ser el Buddha: el Despierto, el Lúcido, el ser destinado a salvar a todos los hombres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del mundo.
Volvamos al detalle del elefante blanco de seis colmillos. Oldemberg hace notar que el elefante de la India es animal doméstico y cotidiano. El color blanco es siempre símbolo de inocencia. ¿Por qué seis colmillos? Tenemos que recordar (habrá que recurrir a la historia alguna vez) que el número seis, que para nosotros es arbitrario y de algún modo incómodo (ya que preferimos el tres o el siete), no lo es en la India, donde se cree que hay seis dimensiones en el espacio: arriba, abajo, atrás, adelante, derecha, izquierda. Un elefante blanco de seis colmillos no es extravagante para los hindúes.
El rey convoca a los magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus ramas para ayudarla. El hijo nace de pie y al nacer da cuatro pasos: al Norte, al Sur, al Este y al Oeste, y dice con voz de león: "Soy el incomparable; éste será mi último nacimiento". Los hindúes creen en un número infinito de nacimientos anteriores. El príncipe crece, es el mejor arquero, es el mejor jinete, el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confuta a todos los doctores (aquí podemos pensar en Cristo y los doctores). A los dieciséis años se casa.
El padre sabe - los astrólogos se lo han dicho - que su hijo corre el peligro de ser el Buddha, el hombre que salva a todos los demás si conoce cuatro hechos que son: la vejez, la enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en un palacio, le suministra un harén, no diré la cifra de mujeres porque corresponde a una exageración hindú evidente. Pero, por qué no decirlo: eran ochenta y cuatro mil.
El príncipe vive una vida feliz; ignora que hay sufrimiento en el mundo, ya que le ocultan la vejez, la enfermedad y la muerte. El día predestinado sale en su carroza por una de las cuatro puertas del palacio rectangular. Digamos, por la puerta del Norte. Recorre un trecho y ve un ser distinto de todos los que ha visto. Está encorvado, arrugado, no tiene pelo. Apenas puede caminar, apoyándose en un bastón. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. El cochero le contesta que es un anciano y que todos seremos ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe vuelve al palacio, perturbado. Al cabo de seis días vuelve a salir por la puerta del Sur. Ve en una zanja a un hombre aún más extraño, con la blancura de la lepra y el rostro demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. Es un enfermo, le contesta el cochero; todos seremos ese hombre si seguimos viviendo. El príncipe, ya muy inquieto, vuelve al palacio. Seis días más tarde sale nuevamente y ve a un hombre que parece dormido, pero cuyo color no es el de esta vida. A ese hombre lo llevan otros. Pregunta quién es. El cochero le dice que es un muerto y que todos seremos ese muerto si vivimos lo suficiente.
El príncipe está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la verdad de la vejez, la verdad de la enfermedad, la verdad de la muerte. Sale una cuarta vez. Ve a un hombre casi desnudo, cuyo rostro está lleno de serenidad. Pregunta quién es. Le dicen que es un asceta, un hombre que ha renunciado a todo y que ha logrado la beatitud.
El príncipe resuelve abandonar todo; él, que ha llevado una vida tan rica. El budismo cree que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la vida. No se cree que nadie deba empezar negándose nada. Hay que apurar la vida hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero no sin conocimiento de ella.
El príncipe resuelve ser el Buddha. En ese momento le traen una noticia: su mujer, Jasodhara, ha dado a luz un hijo. Exclama: "Un vínculo ha sido forjado." Es el hijo que lo ata a la vida. Por eso le dan el nombre de Vínculo. Siddharta está en su harén, mira a esas mujeres que son jóvenes y bellas y las ve ancianas horribles, leprosas.Va al aposento de su mujer. Está durmiendo. Tiene al niño en los brazos. Está por besarla, pero comprende que si la besa no podrá desprenderse de ella, y se va.
Busca maestros. Aquí tenemos una parte de la biografía que puede no ser legendaria. ¿Por qué mostrarlo discípulo de maestros que después abandonará? Los maestros le enseñan el ascetismo, que él ejerce durante mucho tiempo. Al final está tirado en medio del campo, su cuerpo está inmóvil y los dioses que lo ven desde los treinta y tres cielos, piensan que ha muerto. Uno de ellos, el más sabio, dice:
"No, no ha muerto; será el Buddha". El príncipe se despierta, corre a un arroyo que está cerca, toma un poco de alimento y se sienta bajo la higuera sagrada: el árbol de la ley, podríamos decir.
Sigue un entreacto mágico, que tiene su correspondencia con los Evangelios: es la lucha con el demonio. El demonio se llama Mara.
Ya hemos visto esa palabra nightmare, demonio de la noche. El demonio siente que domina el mundo pero que ahora corre peligro y sale de su palacio. Se han roto las cuerdas de sus instrumentos de música, el agua se ha secado en las cisternas. Apresta sus ejércitos, monota en el elefante que tiene no sé cuántas millas de altura, multiplica sus brazos, multiplica sus armas y ataca al príncipe. El príncipe está sentado al atardecer bajo el árbol del conocimiento, ese árbol que ha nacido al mismo tiempo que él.
El demonio y sus huestes de tigres, leones, camellos, elefantes y guerreros monstruosos le arrojan flechas. Cuando llegan a él, son flores. Le arrojan montañas de fuego, que forman un dosel sobre su cabeza. El príncipe medita inmóvil, con los brazos cruzados. Quizá no sepa que lo están atacando. Piensa en la vida; está llegando al nirvana, a la salvación. Antes de la caída del sol, el demonio ha sido derrotado. Sigue una larga noche de meditación; al cabo de esa noche, Siddharta ya no es Siddharta. Es el Buddha: ha llegado al nirvana.
Resuelve predicar la ley. Se levanta, ya se ha salvado, quiere salvar a los demás. Predica su primer sermón en el Parque de las Gacelas de Benares. Luego otro sermón, el del fuego, en el que dice que todo está ardiendo: almas, cuerpos, cosas están en: fuego. Más o menos por aquella fecha, Heráclito de Éfeso decía que todo es fuego.
Su ley no es la del ascetismo, ya que para el Buddha el ascetismo es un error. El hombre no debe abandonarse a la vida carnal porque la vida carnal es baja, innoble, bochornosa y dolorosa; tampoco al ascetismo, que también es innoble y doloroso. Predica una vía media -para seguir la terminología teológica -, ya ha alcanzado el nirvana y vive cuarenta y tantos años, que dedica a la prédica. Podría haber sido inmortal pero elige el momento de su muerte, cuando ya tiene muchos discípulos.
Muere en casa de un herrero. Sus discípulos lo rodean. Están desesperados. ¿Qué van a hacer sin él? Les dice que él no existe, que es un hombre como ellos, tan irreal y tan mortal como ellos, pero que les deja su Ley. Aquí tenemos una gran diferencia con Cristo. Creo que Jesús les dice a sus discípulos que si dos están reunidos, él será el tercero. En cambio, el Buddha les dice: les dejo mi Ley. Es decir, ha puesto en movimiento la rueda de la ley en el primer sermón. Luego vendrá la historia del budismo. Son muchos los hechos: el lamaísmo, el budismo mágico, el Mahayana o gran vehículo, que sigue al Hinavana o pequeño vehículo, el budismo zen del Japón.
Yo tengo para mí que si hay dos budismos que se parecen, que son casi idénticos, son el que predicó el Buddha y lo que se enseña ahora en la China y el Japón, el budismo zen. Lo demás son incrustaciones mitológicas, fábulas. Algunas de esas fábulas son interesantes. Se sabe que el Buddha podía ejercer milagros, pero al igual que a Jesucristo, le desagradaban los milagros, le desagradaba ejercerlos. Le parece una ostentación vulgar. Hay una historia que contaré: la del bol de sándalo.
Un mercader, en una ciudad de la India, hace tallar un pedazo de sándalo en forma de bol. Lo pone en lo alto de una serie de cañas de bambú, una especie de altísimo palo enjabonado. Dice que dará el bol de sándalo a quien pueda alcanzarlo. Hay maestros heréticos que lo intentan en vano. Quieren sobornar al mercader para que diga que lo han alcanzado. El mercader se niega y llega un discípulo menor del Buddha. Su nombre no se menciona, fuera de ese episodio.
El discípulo se eleva por el aire, vuela seis veces alrededor del bol, lo recoge y se lo entrega al mercader. Cuando el Buddha oye la historia lo hace expulsar de la orden, por haber realizado algo tan baladí.
Pero también el Buddha hizo milagros. Por ejemplo éste, un milagro de cortesía. El Buddha tiene que atravesar un desierto a la hora del mediodía. Los dioses, desde sus treinta y tres cielos, le arrojan una sombrilla cada uno. El Buddha, que no quiere desairar a ninguno de los dioses, se multiplica en treinta y tres Buddhas, de modo que cada uno de los dioses ve, desde arriba, un Buddha protegido por la sombrilla que le ha arrojado.
Entre los hechos del Buddha hay uno iluminativo: la parábola de la flecha. Un hombre ha sido herido en batalla y no quiere que le saquen la flecha. Antes quiere saber el nombre del arquero, a qué casta pertenecía, el material de la flecha, en qué lugar estaba el arquero, qué longitud tiene la flecha. Mientras están discutiendo estas cuestiones, se muere. "En cambio -dice el Buddha-, yo enseño a arrancar la flecha." ¿Qué es la flecha? Es el universo. La flecha es la idea del yo, de todo lo que llevamos clavado. El Buddha dice que no debemos perder tiempo en cuestiones inútiles.Por ejemplo: ¿es finito o infinito el universo? ¿El Buddha vivirá después del nirvana o no? Todo eso es inútil, lo importante es que nos arranquemos la flecha.
Se trata de un exorcismo, de una ley de salvación.
Dice el Buddha: "Así como el vasto océano tiene un solo sabor, el sabor de la sal, el sabor de la leyes el sabor de la salvación". La ley que él enseña es vasta como el mar pero tiene un solo sabor: el sabor de la salvación. Desde luego, los continuadores se han perdido (o han encontrado tal vez mucho) en disquisiciones metafísicas. El fin del budismo no es ése. Un budista puede profesar cualquier religión, siempre que siga esa ley. Lo que importa es la salvación y las cuatro nobles verdades: el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para llegar a la curación. Al final está el nirvana. El orden de las verdades no importa. Se ha dicho que corresponden a una antigua tradición médica en que se trata del mal, del diagnóstico, del tratamiento y de la cura. La cura, en este caso, es el nirvana.
Ahora llegamos a lo difícil. A lo que nuestras mentes occidentales tienden a rechazar. La transmigración, que para nosotros es un concepto ante todo poético. Lo que transmigra no es el alma, porque el budismo niega la existencia del alma, sino el karma, que es una suerte de organismo mental, que transmigra infinitas veces. En el Occidente esa idea está vinculada a varios pensadores, sobre todo a Pitágoras. Pitágoras reconoció el escudo con el que se había batido en la guerra de Troya, cuando él tenía otro nombre. En el décimo libro de La República de Platón está el sueño de Er. Ese soldado ve las almas que antes de beber en el rio del Olvido, eligen su destino. Agamenón elige ser un águila, Orfeo un cisne y Ulises -que alguna vez se llamó Nadie- elige ser el más modesto y el más desconocido de los hombres. .
Hay un pasaje de Empédocles de Agrigento que recuerda sus vidas anteriores: "Yo fui doncella, yo fui una rama, yo fui un ciervo y fui un mudo pez que surge del mar." César atribuye esa doctrina a los druidas. El poeta celta Taliesi dice que no hay una forma en el universo que no haya sido la suya: "He sido un jefe en la batalla, he sido una espada en la mano, he sido un puente que atraviesa sesenta ríos, estuve hechizado en la espuma del agua, he sido una estrella, he sido una luz, he sido un árbol, he sido una palabra en un libro, he sido un libro en el principio." Hay un poema de Rubén Darío, tal vez el más hermoso de los suyos, que empieza así: "Yo fui un soldado que durmió en el lecho / de Cleopatra la reina..." La transmigración ha sido un gran tema de la literatura. La encontramos, también entre los místicos. Plotino dice que pasar de una vida a otra es como dormir en distintos lechos y en distintas habitaciones. Creo que todos hemos tenido alguna vez la sensación de haber vivido un momento parecido en vidas anteriores. En un hermoso poema de Dante Gabriel Rossetti,"Sudden light", se lee, I have been here before, "Yo estuve aquí". Se dirige a una mujer que ha poseído o que va a poseer y le dice: "Tú ya has sido mía y has sido mía un número infinito de veces y seguirás siendo mía infinitamente." Esto nos lleva a la doctrina de los ciclos, que está tan cerca del budismo, y que San Agustín refutó en La Ciudad de Dios.
Porque a los estoicos y a los pitagóricos les había llegado la noticia de la doctrina hindú: que el universo consta de un número infinito de ciclos que se miden por calpas. La calpa trasciende la imaginación de los hombres. Imaginemos una pared de hierro. Tiene dieciséis millas de alto y cada seiscientos años un ángel la roza. La roza con una tela finísima de Benares. Cuando la tela haya gastado la muralla que tiene dieciséis millas de alto, habrá pasado el primer día de una de las calpas y los dioses también duran lo que duran las calpas y después mueren.
La historia del universo está dividida en ciclos y en esos ciclos hay largos eclipses en los que no hay nada o en los que sólo quedan las palabras del Veda. Esas palabras son arquetipos que sirven para crear las cosas. La divinidad Brahma muere también y renace. Hay un momento bastante patético en el que Brahma se encuentra en su palacio. Ha renacido después de una de esas calpas, después de uno de esos eclipses. Recorre las habitaciones, que están vacías. Piensa en otros dioses. Los otros dioses surgen a su mandato; y creen que el Brahma los ha creado porque estaban ahí antes.
Detengámonos en esta visión de la historia del universo. En el budismo no hay un Dios; o puede haber un Dios pero no es lo esencial. Lo esencial es que creamos que nuestro destino ha sido prefijado por nuestro karma o karman. Si me ha tocado nacer en Buenos Aires en 1899, si me ha tocado ser ciego, si me ha tocado estar pronunciando esta noche esta conferencia ante ustedes, todo esto es obra de mi vida anterior. No hay un solo hecho de mi vida que no haya sido prefijado por mi vida anterior. Eso es lo que se llama el karma. El karma, ya lo he dicho, viene a ser una estructura mental, una finísima estructura mental.
Estamos tejiendo y entretejiendo en cada momento de nuestra vida. Es que tejen, no sólo nuestras voliciones, nuestros actos, nuestros semisueños, nuestro dormir, nuestra semivigilia: perpetuamente estamos tejiendo esa cosa. Cuando morimos, nace otro ser que hereda nuestro karma.
Deussen, discípulo de Schopenhauer, que quiso tanto al budismo, cuenta que se encontró en la India con un mendigo ciego y se compadeció de él. El mendigo le dijo: "Si yo he nacido ciego, ello se debe a las culpas cometidas en mi vida anterior; es justo que yo sea ciego".
La gente acepta el dolor. Gandhi se opone a la fundación de hospitales diciendo que los hospitales y las obras de beneficencia simplemente atrasan el pago de una deuda, que no hay que ayudar a los demás: si los demás sufren deben sufrir puesto que es una culpa que tienen que pagar y si yo los ayudo estoy demorando que paguen esa deuda, El karma es una ley cruel, pero tiene una curiosa consecuencia matemática: si mi vida actual está determinada por mi vida anterior, esa vida anterior estuvo determinada por otra; y ésa, por otra, y así sin fin. Es decir: la letra z estuvo determinada por la y, la y por la x, la x por la v, la v por la u, salvo que ese alfabeto tiene fin pero no tiene principio. Los budistas y los hindúes, en general, creen en un infinito actual; creen que para llegar a este momento ha pasado ya un tiempo infinito, y al decir infinito no quiero decir indefinido, innumerable, quiero decir estrictamente infinito.
De los seis destinos que están permitidos a los hombres (alguien puede ser un demonio, puede ser una planta, puede ser un animal), el más difícil es el de ser hombre, y debemos aprovecharlo para salvarnos.
El Buddha imagina en el fondo del mar una tortuga y una ajorca que flota. Cada seiscientos años, la tortuga saca la cabeza y seria muy raro que la cabeza calzara en la ajorca. Pues bien, dice el Buddha, "tan raro como el hecho de que suceda eso con la tortuga y la ajorca es el hecho de que seamos hombres. Debemos aprovechar el ser hombres para llegar al nirvana".
¿Cuál es la causa del sufrimiento, la causa de la vida, ya que negamos el concepto de un Dios, ya que no hay un dios personal que cree el universo? Ese concepto es lo que Buddha llama la zen. La palabra zen puede parecernos extraña, pero vamos a compararla con otras palabras que conocemos.
Pensemos por ejemplo en la Voluntad de Schopenhauer. Schopenhauer concibe Die Welt als Wille und Vorstellung, El mundo como voluntad y representación. Hay una voluntad que se encarna en cada uno de nosotros y produce esa representación que es el mundo.
Eso lo encontramos en otros filósofos con un nombre distinto. Bergson habla del élan vital, del ímpetu vital; Bernard Shaw, de the life force, la fuerza vital, que es lo mismo. Pero hay una diferencia: para Bergson y para Shaw el élan vital son fuerzas que deben imponerse, debemos seguir soñando el mundo, creando el mundo. Para Schopenhauer, para el sombrío Schopenhauer, y para el Buddha, el mundo es un sueño, debemos dejar de soñarlo y podemos llegar a ello mediante largos ejercicios. Tenemos al principio el sufrimiento, que viene a ser la zen. Y la zen produce la vida y la vida es, forzosamente, desdicha; ya que ¿qué es vivir? Vivir es nacer, envejecer, enfermarse, morir, además de otros males, entre ellos uno muy patético, que para el Buddha es uno de los más patéticos: no estar con quienes queremos.
Tenemos que renunciar a la pasión. El suicidio no sirve porque es acto apasionado. El hombre que se suicida está siempre en el mundo de los sueños. Debemos llegar a comprender que el mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero eso debemos sentirlo profundamente, llegar a ello a través de los ejercicios de meditación.
En los monasterios budistas uno de los ejercicios es éste: el neófito tiene que vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe pensar: "ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el superior", y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el superior son irreales, son tan irreales como él y como sus pensamientos. Porque el budismo niega el yo.
Una de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume, con Schopenhauer y con nuestro Macedonia Fernández. No hay un sujeto, lo que hay es una serie de estados mentales. Si digo "yo pienso", estoy incurriendo en un error, porque supongo un sujeto constante y luego una obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta Hume, no "yo pienso", sino "se piensa", como se dice "llueve". Al decir llueve, no pensamos que la lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.
En los monasterios budistas los neófitos son sometidos a una disciplina muy dura. Pueden abandonar el monasterio en el momento que quieran. Ni siquiera -me dice María Kodama - se anotan los nombres. El neófito entra en el monasterio y lo someten a trabajos muy duros. Duerme y al cabo de un cuarto de hora lo despiertan; tiene que lavar, tiene que barrer; si se duerme lo castigan físicamente. Así, tiene que pensar todo el tiempo, no en sus culpas, sino en la irrealidad de todo. Tiene que hacer un continuo ejercicio de irrealidad.
Llegamos ahora al budismo zen y a Bodhidharma. Bodhidharma fue el primer misionero, en el siglo VI. Bodhidharma se traslada de la India a la China y se encuentra con un emperador que había fomentado el budismo y le enumera monasterios y santuarios y le informa del número de neófitos budistas. Bodhidharma le dice: 'Todo eso pertenece al mundo de la ilusión; los monasterios y los monjes son tan irreales como tú y como yo." Después se va a meditar y se sienta contra una pared.
La doctrina llega al Japón y se ramifica en diversas sectas. La más famosa es la zen. En la zen se ha descubierto un procedimiento para llegar a la iluminación. Sólo sirve después de años de meditación. Se llega bruscamente; no se trata de una serie de silogismos. Uno debe
intuir de pronto la verdad. El procedimiento se llama satori y consiste en un hecho brusco, que está más allá de la lógica.
Nosotros pensamos siempre en términos de sujeto, objeto, causa, efecto, lógico, ilógico, algo y su contrario; tenemos que rebasar esas categorías. Según los doctores de la zen, llegar a la verdad por una intuición brusca, mediante una respuesta ilógica. El neófito pregunta al maestro qué es el Buddha. El maestro le responde: "El ciprés es el huerto." Una contestación del todo ilógica que puede despertar la verdad. El neófito pregunta por qué Bodhidharma vino del Oeste. El maestro puede responder: "Tres libras de lino." Estas palabras no encierran un sentido alegórico; son una respuesta disparatada para despertar, de pronto, la intuición. Puede ser un golpe, también. El discípulo puede preguntar algo y el maestro puede contestar con un golpe. Hay una historia -desde luego tiene que ser legendaria- sobre Bodhidharma.
A Bodhidharma lo acompañaba un discípulo que le hacía preguntas y Bodhidharma nunca contestaba. El discípulo trataba de meditar y al cabo de un tiempo se cortó el brazo izquierdo y se presentó ante el maestro como una prueba de que quería ser su discípulo. Como una prueba de su intención se mutiló deliberadamente. El maestro, sin fijarse en el hecho, que al fin de todo era un hecho físico, un hecho ilusorio, le dijo: "¿Qué quieres?" El discípulo le respondió:
"He estado buscando mi mente durante mucho tiempo y no la he encontrado." El maestro resumió: "No la has encontrado porque no existe." En ese momento el discípulo comprendió la verdad, comprendió que no existe el yo, comprendió que todo es irreal. Aquí tenemos, más o menos, lo esencial del budismo zen.
Es muy difícil exponer una religión, sobre todo una religión que uno no profesa. Creo que lo importante no es que vivamos el budismo como un juego de leyendas, sino como una disciplina; una disciplina que está a nuestro alcance y que no exige de nosotros el ascetismo. Tampoco nos permite abandonarnos a las licencias de la vida carnal. Lo que nos pide es la meditación, una meditación que no tiene que ser sobre nuestras culpas, sobre nuestra vida pasada.
Uno de los temas de meditación del budismo zen es pensar que nuestra vida pasada fue ilusoria. Si yo fuera un monje budista pensaría en este momento que he empezado a vivir ahora, que toda la vida anterior de Borges fue un sueño, que toda la historia universal fue un sueño. Mediante ejercicios de orden intelectual nos iremos liberando de la zen. Una vez que comprendamos que el yo no existe, no pensaremos que el yo puede ser feliz o que nuestro deber es hacerlo feliz.
Llegaremos a un estado de calma. Eso no quiere decir que el nirvana equivalga a la sensación del pensamiento y una prueba de ello estaría en la leyenda del Buddha. El Buddha, bajo la higuera sagrada, llega al nirvana, y, sin embargo, sigue viviendo y predicando la ley durante muchos años.
¿Qué significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan sombras. Mientras estamos en este mundo estamos sujetos al karma. Cada uno de nuestros actos entreteje esa estructura mental que se llama karma. Cuando hemos llegado al nirvana nuestros actos ya no proyectan sombras, estamos libres. San Agustín dijo que cuando estamos salvados no tenemos por qué pensar en el malo en el bien. Seguiremos obrando el bien, sin pensar en ello.
¿Qué es el nirvana? Buena parte de la atención que ha suscitado el budismo en el Occidente se debe a esta hermosa palabra. Parece imposible que la palabra nirvana no encierre algo precioso. ¿Qué es el nirvana, literalmente? Es extinción, apagamiento. Se ha conjeturado que cuando alguien alcanza el nirvana, se apaga. Pero cuando muere, hay gran nirvana, y entonces, la extinción. Contrariamente, un orientalista austriaco hace notar que el Buddha usaba la física de su época, y la idea de la extinción no era entonces la misma que ahora: porque se pensaba que una llama, al apagarse, no desaparecía.
Se pensaba que la llama seguía viviendo, que perduraba en otro estado, y decir nirvana no significaba forzosamente la extinción. Puede significar que seguimos de otro modo. De un modo inconcebible para nosotros. En general, las metáforas de los místicos son metáforas nunciales, pero las de los budistas son distintas. Cuando se habla del nirvana no se habla del vino del nirvana o de la rosa del nirvana o del abrazo del nirvana. Se lo compara, más bien, con una isla. Con una isla firme en medio de las tormentas. Se lo compara con una alta torre; puede comparárselo con un jardín, también. Es algo que existe por su cuenta, más allá de nosotros.
Lo que he dicho hoy es fragmentario. Hubiera sido absurdo que yo expusiera una doctrina a la cual he dedicado tantos años -y de la que he entendido poco, realmente - con ánimo de mostrar una pieza de museo. Para mí el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mí, pero para millones de hombres. Es la religión más difundida del mundo y creo haberla tratado con todo respeto, al exponerla esta noche.

jueves, agosto 25

Psicopompo o tanatólogo

Son seres de leyendas ancestrales y presentes en las antiguas religiones animistas o politeístas cuyas funciones aún permanecen al día de hoy en la civilización occidental agazapados en lo que Jung denominó como inconsciente colectivo.

La palabra en español es un cultismo (no ha sufrido evolución apenas porque ha sido “guardada” y “utilizada” en los reductos académicos de los eruditos) y proviene del griego. Está compuesta de los términos “alma” y/o “espíritu” más la acepción de “guía”. Psicompopo es el ser que guía hacia el otro lado de la existencia. En puridad, simplemente hacia la muerte (si eso fuera poca cosa), pero, por extensión, también a otra forma de entender la realidad.

¿Cómo se manifiesta?

Aunque la cultura contemporánea ha desterrado casi por completo cualquier atisbo de los símbolos colectivos a nivel consciente, no sucede lo mismo en nuestra parte inconsciente. Esto es, la intuición de que lo puede ser un psicopompo aún existe, en mayor o menor medida, dependiendo del grado de individuación de cada persona, pero se ha relegado al mundo de los sueños, del arte y de las visiones que se acercan a la locura.
Entre la población general, el psicopompo aún pervive en los sueños. El problema que tenemos, a diferencia de las tribus ancestrales, es que no sabemos qué es, cuál es su función en nuestra vida y cómo puede ayudarnos.
Esto no es baladí, pero si has empezado a mirar dentro de ti, a cambiar, a iniciar tu particular proceso de individuación y de reunión espiritual, comenzarás a familiarizarte con estas imágenes que van a aparecer en tus sueños. Cuantas más veces las reconozcas, mejor se hará la resolución de tus problemas, la disolución de tus conflictos y el alcance de la serenidad, estadio previo para llegar a acariciar la felicidad.
Una vez que identifiques al psicopompo en tu mundo onírico, no te será difícil localizarlo en cuentos clásicos o en obras de arte (sobre todo en las anteriores a mediados del siglo XIX).

¿Cómo reconocer un psicopompo en los sueños?

Lo primero, por la imagen en sí. Como sucedía en las culturas antiguas, los perros en los sueños se revisten con esta característica. También puedes encontrarlos en animales como el león, el jaguar, el tigre o la pantera. Hay quien también los localiza en aves de gran porte como las águilas o los cóndores. Nunca aparecen como bichos pequeños ni como serpientes (muy habituales en los sueños). A veces se esconden bajo la forma de peces, como el delfín. La actitud del perro o de la criatura que sea, siempre es expectante e interrogadora y, en ocasiones, ladran o se muestran voraces, pero siempre se mueven indicando un camino: vereda, túnel o montaña. El significado del sueño será distinto según sea la topografía en la que el psicopompo se encuentre.
También puede revestir la forma de bestia o monstruo o criatura que da asco, repulsión y miedo. Ten en cuenta que el psicopompo es la proyección de la sombra inconsciente y, por tanto, siempre te están indicando lo peor que hay en ti, pero, a la vez, la vía para cambiar y mejorar.
Las formas más amables se revisten con la imagen de un niño (a veces angelical), una muchacha (siempre que el soñante sea un hombre) o un muchacho (si estamos ante una mujer). También son frecuentes los ángeles o personas con alas. Como en el caso de los animales, siempre muestran un camino. Piden que se les siga y señalan una ruta. Recuerda la definición misma de la palabra: es el guía de tu espíritu.

¿Qué hay que hacer?

Todo y nada, como siempre en la vida. En primer lugar, nunca angustiarse porque el proceso siempre es de superación. Sí que es verdad que un psicopompo aparece siempre para mostrarnos nuestras fallas y errores, pero, si no hubiéramos iniciado esa vía de mejoramiento, ni hubiera asomado por nuestros sueños. Recuerda que son siempre una ayuda.
Mira dentro de ti. Estudia qué es lo que te estaba mostrando e intenta cambiarlo en la medida de tus posibilidades. Recuerda que, aunque puedan aparecer de una manera feroz o voraz, siempre están para ayudar y para hacerte mejor. 

Una de las razones (hay millones y no solo una) por la que nuestra sociedad contemporánea está cayendo en una locura esquizoide es porque ha olvidado los rudimentos que nos atan a lo natural, primigenio y, también, verdadero. Al olvidarnos de lo que somos (criaturas en un medio hostil en necesidad de otros a pesar de nuestra fortaleza) y concentrar todo el poder (frágil y temporal) en las cosas materiales nos hacemos más débiles aún.
Un psicopompo nunca se manifiesta en personas que pasan por la vida “como bultos arrastrados en un cinta eléctrica”. Siempre aparece en individuos que han entrado en un estado de autoconocimiento, aunque se encuentren en una encrucijada terrible. Pueden volver con el tiempo y hay quienes nunca se separan de ellos llegando a condicionar sus decisiones al poder de estos verdaderos guías espirituales.
¡Busca en tus sueños!

sábado, agosto 6

Las alergias

Alergias e intolerancias: Conflictos emocionales

¡¡Esto es insoportable!!

Hablamos de alergia cuando se produce una reacción en el organismo al entrar éste en contacto con una sustancia, resultado de una hipersensibilidad en la que interviene el sistema inmunológico.

Desde la BioNeuroEmoción® entendemos que la alergia es la manera en que nuestro inconsciente biológico nos avisa del peligro que supone entrar de nuevo en contacto con una situación que nos causó un gran dolor emocional. Por lo tanto, para que la alergia se manifieste tiene que haber habido necesariamente una situación previa en la que se ha tenido contacto con el alérgeno en cuestión, sumada a un sentimiento de “fuerte rechazo” o “intolerancia” hacia algo o hacia alguien.

Encontramos que, al igual que sucede con el resto de síntomas y enfermedades, la persona alérgica ha vivido una experiencia en la que no se ha permitido sentir ni expresar la emoción generada por ella. Terminar con la sintomatología producida por una alergia es tan sencillo como ir a la situación primigenia que causó el sufrimiento emocional y liberar la emoción reprimida. A veces basta con leer unas líneas para tomar conciencia de ello, en otras es necesario servirse de un Acompañante en BioNeuroEmoción® que pueda hacer de guía para encontrar la situación conflictiva y así manifestar el resentir.

En base a su origen, las alergias pueden ser coyunturales (95%), cuando son causadas por una vivencia propia, o estructurales (5%) si proviene en forma de programa de mano de nuestros ancestros (Transgeneracional) o de la vida intrauterina (Proyecto Sentido). Cuando se trata de una alergia coyuntural, a la pregunta ¿desde cuándo?, la persona va a responder “desde siempre”. Como ejemplo citaré que uno de mis hermanos es alérgico a la penicilina “desde siempre”. Mi abuelo, del que es doble por fecha de nacimiento y por nombre, recibió un trozo de metralla en el ojo durante unas prácticas militares, ojo que finalmente perdió. Las palabras del médico que le asistió fueron: “esto no hubiera pasado de haber tenido a mano penicilina”. El mensaje del abuelo está ahí para que su descendiente sepa cuán grande fue su sufrimiento y, desde su comprensión, poder liberarle de su dolor.

Las fases de la alergia

La alergia se desarrolla en dos fases:

La primera fase recibe el nombre de muda o silenciosa debido a la ausencia de síntomas. En esta fase el alérgeno entra por primera vez en contacto con el organismo como decorado de una situación que sobrepasa nuestro umbral de estrés y nos aboca a un conflicto emocional. La lectura que hace nuestro inconsciente biológico es la de ¡¡peligro!!, por lo que todo nuestro sistema inmunológico se pone en marcha para analizar e identificar al agresor, quién,, a partir de este momento, tiene el paso vedado a nuestro organismo. Por su parte, en el momento del shock, el inconsciente lleva a cabo una grabación de todos los estímulos sensoriales (lo que llega en forma de imagen, de sonido, de olor, de sabor y de sensación) para finalmente, de todos ellos, terminar asociando uno o varios con el peligroso agresor.

A la segunda fase la conocemos como ruidosa porque es la que, a través de los síntomas (nariz, ojos, garganta, pulmones, piel, aparato digestivo…), nos va a indicar que el agresor ha vuelto, y por lo tanto se ponen en alerta todos nuestros sistemas de defensa para combatirlo y evitar una segunda agresión. Es entonces, gracias al estímulo sensorial que grabó nuestro inconsciente durante la primera fase, cuando se acciona la señal de alarma y aparecen los síntomas de la alergia que variarán de acuerdo al estímulo sensorial asociado. Por ejemplo, si el estímulo que quedó asociado a la experiencia conflictual fue un estímulo óptico, nuestra biología dará como respuesta física el que lloren los ojos con el fin de evitar "ver" aquello que me va a doler: “no quiero volver a verlo” o “ya no volveré a verlo” .

Y es así como encontramos el Sentido Biológico de las alergias, su “¿para qué?”, que no es otro que ponernos a salvo de aquello que nos ocasionó dolor cuando nos sentimos agredirnos.

Sintomatología

Entre los síntomas que aparecen en las alergias destacaré los siguientes:

Rinitis: Con los estornudos y la desaparición del olfato evito percibir aquello que "me huele mal".
Conjuntivitis: Con el picor y el lagrimeo de los ojos evito "ver lo que me duele".
Dermatitis: Con la inflamación de la piel evito "entrar en contacto". Este síntoma lo encontramos en todos los conflictos de separación. Para su lectura es recomendable tener en cuenta la parte del cuerpo que se ve afectada.

Alergias e intolerancias más comunes

Alergia al heno y polen: El polen es la parte masculina de las plantas. A nivel simbólico simboliza el amor, la sexualidad y la reproducción. Aquí encontramos tanto situaciones de separaciones  y desencuentros afectivos, como de sexo impuesto. Cuando la alergia aparece en niños menores de siete años, el conflicto frecuentemente tiene que ver con la falta de amor entre los padres (peleas, separaciones, ausencia de deseo...).

Alergia a productos lácteos: Arquetípicamente la leche es mamá, es el contacto con la madre, el alimento (=amor) que me nutre. Las historias que hay detrás de una alergia a los lácteos revelan que hay una separación en relación a la función materna (en algunos casos no es la madre en sí, sino quién realiza la función materna propiamente dicha), del colorido “quiero estar muy cerca de mamá” o “quiero a mi mamá lejos”. El queso, que entra dentro del apartado de los lácteos, tiene una lectura de “me gustaría que mamá fuera diferente”. La persona alérgica se mantiene "a salvo" no entrando en contacto con la leche (=mamá).

Alergia al gluten: De la misma manera que leche es mamá, el pan para nuestro inconsciente es papá, ya que es quién biológicamente trae “el pan” (=el sustento) a casa. Además, el pan es lo que ponemos en la mesa dónde se reúne la familia, por lo que también tiene que ver con el ambiente familiar. El resentir es del tipo “hay mal ambiente en la familia a causa de papá”. Cuando hay intolerancia al gluten hablamos de rehusar asimilar bien la figura paterna, bien el ambiente familiar.

Alergia al alcohol: El alcohol es el azúcar transformado. Voy a rechazar inconscientemente el alcohol cuando el amor que he recibido no me gusta: ”quiero amor, pero un amor muy distinto al que me han dado”.

Alergia a muchos de los alimentos o a los alimentos en general: El alimento siempre es mamá (=Madre Tierra). En todos los casos consideraremos  la relación que se tiene con la madre (=figura materna). De la misma manera lo haremos cuando se trate de una alergia a un producto químico (química=Tierra=madre).

Alergia a picaduras de avispas: El inconsciente, además de por arquetipos, se mueve también por símbolos. La avispa “pica”, "se queda con algo que es tuyo"; en consecuencia, simbólicamente, este tipo de alergia me habla de situaciones, habitualmente acontecidas en mi entorno más cercano, dónde me siento criticado (=me pican, me pinchan) o siento que me arrebatan algo mío, como por ejemplo la dignidad (tenemos en cuenta que para el inconsciente real y virtual es lo mismo), y cuando esto sucede sale la rabia que he ido acumulando en otras situaciones dónde de igual manera me he sentido atacado.

Alergia a las plumas: La alergia a las plumas también tiene que ver con su significado simbólico. Las plumas hablan de volar, de libertad, de llevar a cabo aquello que quiero hacer. ¿Qué o quién me priva del placer de hacer lo que quiero?

Alergia a los animales: Todos los animales se relacionan con el amor, el instinto y la sexualidad, Después hemos de mirar más detenidamente cuál es la característica que sobresale por encima del resto, tanto a nivel general como particular para cada persona. Por ejemplo, el perro que se vincula a la fidelidad y al amor incondicional, delata un rechazo o resistencia a sentir amor, o quizá a la negación de vivir la sexualidad de una forma violenta, impuesta. El gato va ligado a la sensibilidad desde la figura femenina que representa, y también a la independencia, ¿qué aspecto de mi sexualidad, por ejemplo, reprimo?. En todos los casos hay que tirar del hilo para encontrar la historia que hay detrás de la historia.

Alergia a los antibióticos (también aplicable a los medicamentos en general): Esta alergia puede ser en muchos casos transgeneracional, tal y como hemos visto anteriormente. Si nos remitimos a su etimología tenemos que “anti” significa “contra” y “bio”, “vida”, por lo que los antibióticos actúan contra la vida (los microbios también son vida). Una alergia a los antibióticos puede relacionarse con el rechazo a ciertas situaciones de nuestra vida, o a la resistencia por tener que vivirla de una determinada manera.

Alergia al polvo: El polvo representa sexo, suciedad e impureza. La alergia al polvo denota un rechazo hacia algo o alguien (incluso hacia uno mismo) por considerarlo sucio o impuro, o hacia ciertos aspectos de la sexualidad que califico de indecentes.

Alergia en la piel (también al látex, que es como una “segunda piel”): La piel, más concretamente la epidermis, es la parte de nuestro cuerpo que entra en contacto con el otro y también la que marca los límites para evitar el contacto no deseado. En consecuencia, todas las alergias de la piel se focalizan en un exceso o en una falta de contacto (=separación), que guardará una estrecha relación con la parte del cuerpo afectada (por ejemplo, el rostro tiene que ver con la imagen que se da de uno mismo). Cuando se trata de alergia al agua le añadimos el significado de ésta que es vida, emociones, madre y también el líquido amniótico (=nuestros referentes, además de la liquidez, dinero). Si la alergia es al sol tendremos que buscar un conflicto vivido con el padre, puesto que para el inconsciente el sol es el arquetipo de padre.

Alergia a los metales: En la mayoría de los casos son programas heredados a través del transgeneracional, como por ejemplo la muerte de un abuelo por un disparo o agresión con arma blanca.

Ambientes, perfumes: Al estar este tipo de alergia relacionada directamente con la nariz, bien puede tratarse de un conflicto de cariz sexual.

Resumiendo

Tienes cada vez más datos que te abren los ojos a una nueva realidad. Es momento de dejar de buscar fuera la respuesta a todo lo que te sucede en la vida, y comenzar a ver que tienes tú que ver con aquello que estás viviendo.