miércoles, febrero 18

Todos podemos aprender a ser flacos

Contar calorías o evaluar los números de centímetros y balanzas no son las únicas constantes matemáticas que rigen la vida de Alberto Cormillot (70): su pasión es estrictamente proporcional al incansable ritmo que lleva. De acá para allá, por su clínica ubicada en el barrio de Núñez, el médico anda con su sonrisa a flor de piel y una colación a mano. Mientras tanto, en la sala de espera, varias personas obesas aguardan adelgazar y cambiar de vida, como lo vieron por tevé. Es evidente que el programa Cuestión de peso trajo toneladas de satisfacción: ayudó a decenas de participantes, aceleró la sanción de la Ley de obesidad en Argentina e instaló el tema de la gordura y la alimentación con honestidad y sensatez, educando a millones de televidentes. Porque –asegura el Dr. Cormillot– todo es cuestión de enseñar y aprender: “Hoy sabemos que el comer consciente y la neuroplasticidad son los nuevos pilares. Se trata de recientes descubrimientos en materia de obesidad, nutrición y neurofisiología. En el aprendizaje de nuevos esquemas mentales está el secreto para perder peso y mantenerse. Hacer las paces con el cuerpo es posible”, explica.
¿En qué consiste ese aprendizaje? La gente sabe cómo perder peso, pero a la larga la mayoría fracasa. Eso es porque, si no los ayuda un profesional, van a sobrevivir en ellos hábitos de gordos. La neuroplasticidad plantea que si uno pone en práctica esquemas mentales más saludables una y otra vez, a la larga se aprenden y dejan de lado los viejos malos hábitos.
¿ Y cómo funciona la neuroplasticidad? Es la capacidad del cerebro de generar nuevas conexiones entre neuronas, que envían neurotransmisores entre sí organizando redes. Esas redes van a delinear la conducta individual: el periodista tiene la red de hacer entrevistas, el futbolista la de meter goles y así. Se llaman “sinapsis”, y sólo sobreviven aquellas que el cerebro usa. Las que no, se duermen o desaparecen. El cerebro se adapta, es elástico. Pero un gordo tiene todo el sistema alterado, falla la conexión entre el cerebro y el estómago. Una vez que se programa para ser gordo, es muy difícil que eso cambie aun cuando pierda peso. ¿Entonces, cómo influye ese esquema en la obesidad? Las redes neuronales hacen que el gordo se vaya acostumbrando a serlo: deja de usar determinada ropa, de mirarse al espejo, de pesarse… Y tiene una contradicción: a lo mejor dice: “No voy a comer nunca más” y al rato compra una empanada. Es que todo el tiempo recibe mensajes contradictorios que le destruyen la sinapsis de la racionalidad. Se le dice que tiene que bajar de peso rápido, que con una dieta restrictiva le va a cambiar la vida. Pero él sabe, internamente, que no es cierto. La única manera de crear nuevas redes es con un plan negociado y seguimiento profesional.
¿De dónde vienen esos mensajes contradictorios? La mayoría desde afuera: vecinos, amigos, conocidos, medios de comunicación. Todo el mundo ve en el Parkinson algo serio, pero a la obesidad muchas veces no se la acepta como enfermedad. Al gordo se le dice que vaya a ver a un gurú, mientras que a alguien que tiene cataratas se le aconseja ir al oftalmólogo. Es muy peligroso, pero está instalado así: en el tema obesidad se puede decir cualquier cosa, mientras que en cardiología o pediatría no.
¿Por qué pasa eso? Porque como todo el mundo come, todos creen que pueden hablar de comida. Una locura. Así nace la ignorancia creativa: cuanto menos se sabe sobre determinado tema, más cosas se pueden inventar acerca de él. Entonces a alguien se le ocurre que un vaso de agua con limón en ayunas ayuda a perder peso y el consejo se extiende, aunque científicamente no tenga razón de ser.
¿El boca a boca alimentario siempre es malo? No, no siempre, porque en muchos casos opera el sentido común y puede ayudar. El problema es que todos opinan qué comer y se deja de lado que cada caso es único.
Pero si uno sabe más o menos lo que tiene que comer… ¿Por qué fallamos? Porque operan viejos circuitos. La neuroplasticidad plantea que si uno practica y practica una disciplina, finalmente va a aprenderla. Entonces el tratamiento contra la obesidad consiste en enseñarle al gordo a que repita conductas hasta que le salgan automáticamente. Es como andar en bici: te caés y te caés, hasta que un día salís andando. Muchos creen que una vez que adelgazan ya está, se curaron. Entonces puede venir la recaída. Hay que asumir que la obesidad es una enfermedad para toda la vida y por eso es tan importante aprender a dejar de ser gordo.
¿Se contempla el error como algo bueno? El error es básico y hace bien. El tema es la repetición: todos podemos aprender a ser flacos, pero necesitamos una guía y mucha conducta. La persona con sobrepeso es trucha: todos los lunes empieza a hacer dietas heroicas que nunca pasan del miércoles. Es un autoengaño que justifica el atracón que vendrá después.
“SI SEGUIMOS ASI, VAMOS A EXPLOTAR”. Su mensaje es claro, pero su despacho esconde una intriga tras otra: hay desde libros científicos, hasta cuentos y novelas fantásticas; pasando por réplicas egipcias, fotos, souvenirs de viajes y hasta juguetes de peluche. Incluso las cenizas de sus padres reposan sobre su escritorio, que desborda de objetos personales. “¿Por qué no voy a tener sus urnas acá? Si los quiero cerca…”, pregunta. Desde siempre, Alberto Cormillot come sano, pero también hace sus “permitidas” de sábados y domingos. “Nunca digo que no a un buen asado. Mi neuroplasticidad fue aprender a bailar. ¡Nunca lo había hecho en sesenta años! Hoy practico tap seis veces por semana y me encanta. Pero ojo, que no soy bueno, eh. Lo que tengo es una paciencia… –cuenta al tiempo que reconoce que los aprendizajes precisan de igual dosis de constancia y dedicación–. No será de un día para el otro, pero la gente puede ir incorporando mejores conductas. Comer con conciencia es fundamental y para eso sirve anotar lo que ingerimos. Pesarse también es importante, porque si uno sube va a comer menos. Al hacer una dieta es vital que los objetivos sean precisos y razonables: no se debe aspirar a bajar cuatros kilos por semana, ni caminar diez cuadras cada tanto”, sostiene el especialista.
Hace casi cincuenta años que te dedicás a la alimentación. ¿Cómo hacés para innovar? Siempre me preocupo por saber qué es lo que le interesa al paciente: a todos no les pasa lo mismo, ni tienen los mismos miedos. Espero ver el caso, porque la obesidad puede ser parecida, pero las personas son distintas. No se puede poner piloto automático y dar siempre las mismas respuestas. Lo más fácil del mundo es recetar sin tener en cuenta si el paciente puede o no hacerlo. El guardapolvo no me habilita a decirle a una persona con sobrepeso que deje de comer: hay que estar muy bien preparado para demostrarle que va a lograr algo que ya intentó miles de veces.
¿Qué pasa con quienes no tienen demasiado sobrepeso? Si no les molesta, nada. El tema es que se sigan pesando, porque hoy a lo mejor son dos kilos, pero si se pierde la conciencia pueden aumentar. La gente cada vez come más y se mueve menos. Y todos los días aparecen nuevas cosas ricas y tentadoras que, en grandes cantidades, hacen mal.
¿Cómo se escribe esta historia hacia adelante? La gordura crece y, si seguimos así, la gente va a explotar. De hecho, muchos ya están explotando: el sobrepeso genera problemas de hipertensión, infartos, diabetes. Las proyecciones son malas: si la situación no cambia, en 2020 habrá en Argentina un 65% de gordos y en 2040 un 96%.
¿Qué es lo que se debe hacer para revertir el problema? Una política que contemple la salud alimentaria con seriedad. Fue muy importante el avance de la Ley de obesidad, porque se trata de una norma revolucionaria, pero todavía falta mucho y habrá que trabajar para ponerla en práctica. Yo creo que el trabajo que hicimos desde la tele, por ejemplo, tuvo su peso. Y que inclinó la balanza: le abrió la cabeza a la gente y demostró que hay muchas personas que atraviesan por lo mismo, y que se puede cambiar. La televisión es una herramienta importante y hay que aprovecharla.
¿Qué fue lo más importante desde tus comienzos hasta ahora? Que se comenzó a ver la obesidad como una enfermedad crónica. Y que se instaló que no hay que fanatizarse con las dietas, sino apelar al sentido común y descreer de las soluciones mágicas. Además, se propició el placer a la hora de comer para no pagar consecuencias. Conozco gente que se la pasó años subiendo y bajando de peso por negarse a un tratamiento serio. Lo importante es entender que bajar de peso es un proceso y no un acto.