lunes, septiembre 15

El supremo despertar de Shakyamuni


Durante varios años, Shakyamuni se había dedicado a las austeridades, exigiéndose hasta los límites de lo soportable. Sin embargo, todos esos esfuerzos no habían producido el resultado anhelado. Se planteó este dilema: “Buscar sólo el placer sensual es una manera de vivir ruin y sin sentido, pero ¿acaso la prosecución de severas austeridades y mortificaciones me ha permitido lograr la verdadera iluminación? Es una práctica inferior e inútil, porque sólo me provoca dolor y sufrimiento”. Comprendió que el ascetismo extremo no le permitiría lograr lo que buscaba, y decidió abandonar ese camino.
[…]


Shakyamuni abandonó el bosque y se dirigió al río Nairanjana. La luz del sol reverberaba en las hojas de los árboles y cubría de pequeños diamantes la superficie del agua. Tambaleante, se acercó a la orilla para bañarse. El fresco caudal despejó su mente obnubilada por la extrema debilidad. Lavó la inmundicia acumulada durante el prolongado sacrificio. Era su nueva partida.
Estaba tan agotado, que salir del río le demandó un esfuerzo enorme. Mientras estaba sentado arreglándose el cabello, una joven llamada Sujata, que venía de un pueblo cercano, se aproximó para ofrecerle un cuenco de arroz. Después del largo ayuno, Shakyamuni aceptó de buena gana. Todo su cuerpo revivió. Descansó un poco y, recobrada en parte la energía, marchó en busca de un nuevo camino que lo condujera a la iluminación. Cruzó el río y, por fin, encontró una enorme higuera pipal. Se sentó a la sombra del follaje, cruzó las piernas y adoptó la posición del loto.
Prometió: “Permaneceré en esta posición hasta que haya logrado la verdadera iluminación, aunque el calor marchite mi cuerpo mientras lo intento”. Y cerró suavemente los ojos. De tanto en tanto, el viento susurraba entre las ramas, pero Shakyamuni, perdido en una honda contemplación, no se movió.
[…]

Según las escrituras budistas, en ese momento, los demonios comenzaron a tentarlo. El relato de los medios que usaron para incitarlo difiere según el texto, pero es interesante señalar que algunos incluyen abordajes sutiles y emotivos.
Por ejemplo, en una oportunidad, el demonio trató de hacerlo vacilar susurrándole con suavidad: “Mira qué demacrado estás, qué pálido está tu rostro. Seguramente estás al borde de la muerte. Si continúas sentado aquí, de esta manera, será un milagro que sobrevivas”. Después de señalarle el peligro en el que estaba y de instarlo con énfasis a vivir, trató de persuadirlo de que si seguía las enseñanzas del Brahmanismo, acumularía gran beneficio sin tener que experimentar tantas penurias. Declaró que los esfuerzos de Shakyamuni por lograr la iluminación no tenían sentido. El episodio presentado como tentación de los demonios simboliza la intensa contienda que tuvo lugar dentro de él.
Lo asaltó la duda, que quebrantó su paz interior y arrojó su mente a la confusión. El cuerpo extremadamente débil y las reservas físicas agotadas fueron un campo fértil. También el espectro de la muerte se presentó para acosarlo. El tormento mental era enorme; sabía que no había obtenido nada de las intensas austeridades que había emprendido. Este esfuerzo ¿sería también inútil? Estaba plagado de deseos mundanos, atormentado por el hambre y la necesidad de dormir, hostigado por el temor y la duda.
Los demonios son las funciones de los deseos mundanos y de las ilusiones; intentan perturbar la mente de quienes buscan el camino a la verdadera iluminación. Algunas veces, se manifiestan como apego a los deseos terrenales, hambre o sueño. Otras, torturan la mente asumiendo la forma de ansiedad, miedo e incertidumbre.
Las personas que son desviadas por tales demonios, siempre justifican su fracaso de alguna manera. Se convencen de que el motivo que esgrimen es perfectamente razonable y natural.
Por ejemplo, como en la época de Shakyamuni todavía nadie había logrado la iluminación, podría haber concebido la idea de que la meditación bajo el árbol pipal tal vez no era útil.
Con frecuencia, las funciones demoníacas hacen que la gente se aferre a alguna lógica que justifique su debilidad y sus necesidades emocionales. Nichiren Daishonin advierte sobre esto cuando escribe: “...el demonio cuidará de él como los padres”.
Sin embargo, Shakyamuni vio a esas funciones demoníacas tal cual son, extrajo una poderosa fuerza vital y arrasó con los pensamientos destructivos que lo invadían. En su corazón clamó: “¡Demonios! Ustedes pueden derrotar a un cobarde, pero el valiente triunfará. Lucharé. ¡En vez de vivir en la derrota, moriré peleando!”.
Ese pensamiento hizo que su mente regresara al estado de tranquilidad. Lo envolvió el sereno manto de la noche, cuajado de estrellas que titilaban con un brillo puro y cristalino.
[…]

Luego de superar la violenta embestida de las fuerzas diabólicas, la mente de Shakyamuni quedó fresca y vigorosa; su espíritu estaba tan claro, como un despejado cielo azul.
Afirmó un estado interior inamovible y centró su atención en el pasado. Intentó una visión retrospectiva y, de inmediato, comenzaron a aparecer las imágenes de su vida anterior. A medida que avanzaba en su búsqueda interna, recuerdos de incontables existencias pasadas se presentaron vívidamente, uno tras otro. Y fue más allá; recordó las innumerables formaciones y destrucciones del universo.
Se dio cuenta de que el presente, este momento en que se encontraba sentado meditando bajo el árbol pipal, era parte de un ciclo interminable de nacimiento, muerte y renacimiento, desde el tiempo sin comienzo. Despertó así a la naturaleza eterna de la vida, que abarca el pasado, el presente y el futuro.
Entonces, se disiparon todos los temores y las dudas que habían existido en las profundidades de su ser, como un pesado lastre, desde el nacimiento. Finalmente, había llegado a las hondas e inconmovibles raíces de su propia existencia. Sintió que la oscuridad ilusoria que lo había envuelto se disipaba a medida que la brillante luz de la sabiduría lo iluminaba. Había abierto dentro de sí un estado de vida tan amplio como la imponente vista que se obtiene desde un mirador libre de obstáculos, emplazado en la cima de una montaña elevada.
Con esa aguda percepción, Shakyamuni fijó su interés en el karma de todos los seres vivos. Por su mente desfilaron las imágenes de toda clase de individuos que pasaban por ciclos interminables de nacimiento y muerte. Algunos habían nacido en la miseria, otros, en circunstancias afortunadas. Concentrando su ichinen en ello, rastreó la causa de esa diferencia.
Y observó: “Los que padecen el karma de ser desdichados han cometido malas acciones, en hechos, palabras o pensamientos, y han calumniado a los practicantes de la Ley verdadera, en alguna existencia pasada. Lo que formó la base para su conducta equivocada fue el apego a opiniones erróneas. En consecuencia, llevan con ellos el karma de ser infelices después de la muerte y en la próxima existencia. Por el contrario, los que fueron buenos y virtuosos en sus acciones, palabras y pensamientos, no calumniaron a los practicantes de la Ley verdadera y se condujeron apropiadamente, sobre la base de opiniones correctas, disfrutaron de felicidad en las existencias siguientes. La vida presente está determinada por el karma acumulado en existencias pasadas, mientras que las existencias futuras se deciden por nuestras acciones en esta vida”.
Shakyamuni comprendió esto sin sombra de duda. Precisó, de manera evidente, la inexorable ley de causa y efecto que opera en la vida de las personas a lo largo del interminable ciclo de la vida y la muerte.
[…]

Se acercaba el alba. En el mismo instante en que la estrella de la mañana comenzaba a brillar en el cielo oriental, algo ocurrió. De repente, como un ilimitado y penetrante haz de luz, la sabiduría de Shakyamuni emergió para luminar la verdad eterna e inmutable de la vida. Una sensación similar al impacto de una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Temblaba de emoción, y un subido tono rosado invadía las mejillas bañadas en lágrimas.
“¡Esto es!”.
Fue el supremo despertar. Finalmente, se había convertido en un buda, alguien iluminado a la verdad última. Fue como si dentro de su vida se hubiera abierto una puerta, de par en par, a todo el universo. Se liberó de todas las ilusiones. Sintió que ahora, basándose en la Ley de la vida, podía actuar libremente y disfrutar en plenitud. Era un estado que jamás había experimentado en esa existencia.
Shakyamuni concluyó: “Todo el universo está sujeto al mismo ritmo constante de creación y cambio. Esto es aplicable por igual a los seres humanos. Quienes ahora son niños están destinados a envejecer y, finalmente, a morir, y luego a renacer otra vez. En el mundo de la naturaleza o en la sociedad, no hay siquiera un momento de descanso o inmovilidad. Todo fenómeno en el universo surge y se extingue por influencia de alguna causa externa. Nada existe en aislamiento; todas las cosas están ligadas a través del espacio y del tiempo, y se originan en respuesta a relaciones causales compartidas. Cada fenómeno funciona simultáneamente como causa y como efecto; y ejerce influencia en el todo. Además, la Ley de la vida impregna todo el proceso”.
Shakyamuni había aprehendido la verdad mística de la existencia. Tuvo plena convicción de que podía desarrollarse ilimitadamente mediante esa Ley a la que había despertado. Toda crítica, obstáculo o dificultad no serían más que polvo en el viento.
“Al no estar conscientes de esta verdad absoluta, las personas viven en la ficción de que existen independientemente las unas de las otras –pensó—. En última instancia, esto las hace prisioneras de sus deseos y, las aparta de la Ley de la vida, la verdad eterna e inmutable de la existencia. Vagan por la oscuridad y se hunden en la desdicha y el sufrimiento. Pero esa penumbra deriva de las ilusiones de la propia vida. Esa oscuridad espiritual no sólo es fuente de todos los males, sino también, la causa esencial del sufrimiento de las personas por las realidades del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Enfrentando este mal en nuestra vida –esta ilusión e ignorancia—, podemos abrir el camino hacia la verdadera naturaleza humana y la felicidad indestructible”.
Pasaron las horas, y la intensa luz de un sol que se elevaba en el horizonte comenzó a disipar la niebla matinal. Fue una aurora de paz y de dicha para toda la humanidad; despuntaba un día en verdad radiante. Bañado en la alegría de haber despertado a la Ley, Shakyamuni contempló el fulgor de un amanecer que se extendía por toda la Tierra.
[…]

Durante cierto tiempo, Shakyamuni disfrutó la alegría de su iluminación con respecto a la Ley, pero pronto comenzó a sentirse más y más preocupado. Enfrentó un nuevo y doloroso dilema: ¿Debía predicar esa Ley a los demás o debía permanecer en silencio? Sentado a la sombra del árbol pipal, estuvo muchos días atormentado por esa duda.
Nunca antes se había escuchado, ni mucho menos expuesto, esa magnífica e insuperable Ley. Había una enorme brecha entre el mundo real y el deslumbrante universo que existía dentro de su propio ser. Las personas vivían atormentadas por el miedo a la enfermedad, la vejez y la muerte; y, consumidas por los deseos, luchaban constantemente entre sí.
Todo eso era producto de la ignorancia sobre la Ley de la vida. Sin embargo, aunque la enseñara en bien de todos, era posible que nadie la comprendiera.
Shakyamuni se sintió completamente solo. Era “la soledad del verdaderamente iluminado”, conocida por quienes han llegado a percibir un profundo principio o verdad de los que nadie más está consciente.
[…]

Según un relato, en ese momento, los demonios reaparecieron para atormentarlo. Una vez más, este episodio puede interpretarse como una batalla librada contra las funciones negativas dentro de su propio ser, que esta vez intentaban disuadirlo de enseñar la Ley a otras personas.
Shakyamuni no pudo detener el surgimiento de la duda y la vacilación. La incertidumbre frente a la idea de seguir adelante y difundir la Ley lo angustiaba.
Las funciones diabólicas continuaron importunándolo aun después de haberse convertido en un buda. Competían entre sí para atacarlo incluso a través de la brecha más pequeña de su corazón.
Un buda no es un ser sobrehumano; quien ha alcanzado este estado continúa experimentando problemas, sufrimiento y dolor; todavía está expuesto a las enfermedades y a la tentación por parte de las fuerzas diabólicas. Por esta razón, es una persona de coraje, tenacidad y acción continua, que lucha incesantemente contra las funciones negativas.
No importa cuán elevado sea el estado que podamos alcanzar, sin esfuerzos sostenidos para avanzar y mejorar, nuestra fe puede destruirse en un instante.
Según un texto budista, el dios Brahma apareció ante el aún indeciso Shakyamuni y le suplicó que predicara la Ley a todas las personas. Este episodio simboliza la determinación que surgió de su vida: avanzar y cumplir con su misión.
Decidió de modo concluyente: “¡Seguiré adelante! Los que buscan aprender seguramente escucharán. Quienes tienen poca impureza entenderán. ¡Caminaré entre la gente, que está inmersa en la ilusión y la ignorancia!”.
Sintió que lo invadía una nueva energía. Un gran león se ponía de pie para luchar por la felicidad de los seres humanos. El sabio de los shakyas abandonó el bosque. El cielo, las nubes, los árboles y el río se bañaban en una deslumbrante luz dorada. La brisa susurraba gentil entre las ramas. La naturaleza parecía aplaudir su jornada con una bella y jubilosa melodía.



http://www.sgi.org/es/presidente-de-la-sgi/obra-escrita-del-presidente-de-la-sgi/sobre-shakyamuni.html